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Piel de gallina

¿Por qué las mejillas se enrojecen y nos delatan en el peor momento?

¿Quién le manda a nuestros pelos ponerse de punta sin permiso? Veamos cuándo puede ocurrirnos y por qué.

En ocasiones no nos hace falta responder, el rubor lo hace por nosotros. Al afrontar una situación vergonzosa o tensa, se encogen los capilares que irrigan las zonas de la cara, especialmente los de orejas y mejillas. Al disminuir el espacio que la sangre tiene para circular lo hace a mayor velocidad, llevando más oxígeno y nutrientes a las células. De este modo, cuando el cerebro detecta tensión ambiental, el cuerpo queda mejor preparado para ejecutar alguna acción de emergencia. ¿Salir corriendo, quizá…?

REACCIONES ANCESTRALES DE LA PIEL

Los seres humanos somos los únicos mamíferos que se ruborizan. Sin embargo, sí compartimos otras respuestas involuntarias que nacen en la parte más antigua de nuestro cerebro:

Piel de gallina (o reflejo pilomotor). El sistema nervioso simpático inunda la sangre de adrenalina, una hormona que acelera el pulso, la temperatura y el metabolismo, y los músculos que están en la base del folículo piloso se contraen, erizando el vello. ¿Con qué objetivo? Depende. Cuando es una respuesta al frío, el organismo persigue generar calor, ya que los pelos levantados atrapan una capa de aire aislante. Y cuando se trata de una reacción a emociones intensas, la intención es que parezcamos más grandes y peligrosos.

Sudor frío (o diaforesis). El sistema nervioso parasimpático se activa, haciendo que el ritmo cardíaco aumente, y que las hormonas y la adrenalina fluyan por nuestro cuerpo, aumentando la transpiración. Por cierto, este sudor producido por el estrés (apocrina) tiene más nutrientes que el habitual (ecrina), lo que lo hace más atractivo para las bacterias causantes del mal olor corporal.

Escalofríos (temblores). El cuerpo intenta aumentar su temperatura, generando contracciones y relajaciones musculares rápidas para conseguir entrar en calor.

NUESTRAS ABUELAS YA LO SABÍAN

“¡Qué cara más dura!”, oímos muchas veces de alguien a quien parecen no afectarle las cosas, como si su piel fuera, de tan dura, impenetrable. “Hijo, qué piel más fina tienes”, escuchamos cuando, al contrario, lo que le ocurre a una persona es que todo parece afectarle. “Se ha quedado blanco”, dicen otros cuando la piel del rostro de una persona parece reflejar falta de riego, por un susto o una mala noticia.

Estas frases y otras – “mudar de piel”, “ser intocable”, “ser irritable” – que ya se decían en tiempo de nuestras abuelas, ponen de manifiesto que la piel es un órgano que no solo habla de nuestra salud. Porque si “la cara es el espejo del alma” lo es, en gran parte, por lo que nuestra piel revela nuestro estado interior y hasta de nuestro corazón.

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